jueves, 23 de julio de 2009

Hay un día feliz. ---- Nicanor Parra

Al leer esta poesía , no pude evitar un estremecimiento al imaginar que podría ser mi padre o cualquiera de sus hermanos que retornaba a su Lumaco después de una vida de ausencias.
A los ingenieros de la familia, especialmente los eléctricos para ayudarlos,les sugiero que dejen a un lado los inmutables andamiajes que cercan su imaginación y traten de sentir lo que el tiempo sin bordes ni descansos, me susurro hoy al oído y vuelen con su imaginación y traten de sentir el aire viejo con olor a moho de los rincones sombríos, el ruido de puertas con bisagras oxidadas, y caminos polvorientos, con niños descalzos de pantalón corto que vuelan a los mandados, mientras mujeres de pelo tomado , tienden la ropa o tejen bordados.
Y lo mejor, lo escribió un Parra


Mario Parra


Hay un día feliz


A recorrer me dediqué esta tarde
las solitarias calles de mi aldea
acompañado por el buen crepúsculo
que es el único amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
y su difusa lámpara de niebla,
sólo que el tiempo lo ha invadido todo
con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé, creédmelo, un instante
volver a ver esta querida tierra,
pero ahora que he vuelto no comprendo
cómo pude alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas blancas
ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su lugar; las golondrinas
en la torre más alta de la iglesia;
el caracol en el jardín; y el musgo
en las húmedas manos de las piedras.
No se puede dudar, este es el reino
del cielo azul y de las hojas secas
en donde todo y cada cosa tiene
su singular y plácida leyenda:
hasta en la propia sombra reconozco
la mirada celeste de mi abuela.
Estos fueron los hechos memorables
que presenció mi juventud primera,
el correo en la esquina de la plaza
y la humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío!, nunca sabe
uno apreciar la dicha verdadera,
cuando la imaginamos más lejana
es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice
que la vida no es más que una quimera;
una ilusión, un sueño sin orillas,
una pequeña nube pasajera.
Vamos por partes, no sé bien qué digo,
la emoción se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del silencio
cuando emprendí mi singular empresa
una tras otra, en oleaje mudo,
al establo volvían las ovejas.
Las saludé personalmente a todas
y cuando estuve frente a la arboleda
que alimenta el oído del viajero
con su inefable música secreta
recordé el mar y enumeré las hojas
en homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi viaje
como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la rueda del molino,
me detuve delante de una tienda:
el olor del café siempre es el mismo,
siempre la misma luna en mi cabeza;
entre el río de entonces y el de ahora
no distingo ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
que mi padre plantó frente a la puerta
(ilustre padre que en sus buenos tiempos
fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me atrevo a afirmar que su conducta
era un trasunto fiel de la Edad Media
cuando el perro dormía dulcemente
bajo el ángulo recto de una estrella.
A estas alturas siento que me envuelve
el delicado olor de las violetas
que mi amorosa madre cultivaba
para curar la tos y la tristeza.
Cuánto tiempo ha pasado desde entonces
no podría decirlo con certeza;
todo está igual, seguramente,
el vino y el ruiseñor encima de la mesa,
mis hermanos menores a esta hora
deben venir de vuelta de la escuela:
¡sólo que el tiempo lo ha borrado todo
como una blanca tempestad de arena!

Nicanor Parra

4 comentarios:

Gigliola dijo...

simplemente hermoso.imaginé Lumaco.

Jose dijo...

Hemoso es,
el poema presentado,
de un Parra viene
para ser comentado.
A mi apesadumbrada vida
puedo alegrar
cuando un verso así dicho leo
pero no puedo dejar pasar
la insinuación del redactor
al humilde lector
cuyo trabajo es mal entendido
y directamente atacado.

Cuando a la energía encausar
uno logra entender
la armonía que produce el electrónico flujo transformar.
Desde la cinética al mecánico movimiento rotatorio
y desde ese movimiento al magnético flujo que, finalmente,
transforma en corriente eléctrica necesaria
para la vida confortable y, también,
para que un huevón profesional
que al área de la salud pertenece
pueda, por este blog,
escribir ataques literarios arteros
a un humilde Ingeniero que de poesía nada sabe
pero, que de la filosofía del electronvolt entiende a cabalidad,
y que con el humano ordinario debe convivir.

Anónimo dijo...

José: Para limar rencores y asperezas, a pesar que de hasta huevon me tratas, es que te dedico estas estrofas porque te quiero ahora, como alguna vez también quise al vino.


Silencioso en el umbral de todas las puertas
el ángel rojo del vino espera.
Y espera al principio de todos los caminos,
en las más perdidas calles de lejanas ciudades,
en todos los trenes tomados de improviso,
bajo todas las viejas lunas cantadas
por los viejos poetas, con una copa en la mano.
Espera,
con la llave de las casas donde aun no hemos
llegado
y que siempre esperamos ver abrirse.

Tras el oleaje manso de las colinas en invierno
el ángel del vino vela el sueño
de las cunas verdes de las vides que el viento mece.
Y cuando lo encierran bajo tierra
su sueño de resurrección
llena la copa que alzaremos en la Fiesta
y se une al nuestro.
Y de nuevo es verano en el mundo y aparece el noble tiempo
de los pájaros contemplados por los solitarios
en las cantinas de las aldeas
y los vagabundos y los desterrados
pueden leer la escritura de las nubes y los árboles.
Porque han vuelto los antiguos cortejos de los
alegres dioses,
y para nosotros vuelve el día
donde la primera copa de vino llegó a nuestros labios
junto a los alimentos ofrecidos por padres y amigos
y extendidos sobre la florida mesa de la tierra
a quien bendecía la clara mirada del vino.
Con afecto
Mario

claudio dijo...

Veo que por fin vuelve la veta poética.
Se agradece el aporte.