miércoles, 2 de junio de 2010

Nuestra Mimí

Aunque mis recuerdos, a través de la mirada de un niño, no sean precisos y pueden haber grandes pérdidas al trasladarlos al presente, sin embargo, hoy la tengo claramente en mi mente y ya a medio siglo de su desaparecimiento en la forma física pero no en el espíritu, y a pocos días de un terremoto devastador, como si ambos acontecimientos fueran una señal para que la conservemos en nuestros pensamientos. Su figura era delgada en su estatura menuda, atildada, vestía rigurosamente de negro, porte digno, tez trigueña, facciones correctas, ojos café claros de mirada bondadosa, sin malicia y con un resplandor que irradiaba autoridad. La grandeza de su alma se fundaba en la cantidad de sus virtudes; artista en las labores del tejido, conversadora fina y de vocabulario fácil, utilizando siempre un lenguaje decoroso y nos daba verdaderas lecciones de fe dirigiendo todas las tardes las oraciones en el altar erigido en casa, especialmente durante el mes de María, preocupada también de lo que debía prepararse para las comidas. Exigente en la educación de los hijos; los domingos en la tarde, cuando los cinco hijos mayores viajaban a lomo de caballo a Traiguén para continuar sus estudios, enviaba como contribución a su hermana Prosperina por la ayuda que recibía, aves, huevos, frutas y legumbres; en una ocasión uno de los hijos se devolvió aduciendo que su caballo era malo, y la Mimí al no encontrarle la razón le dio con una varilla al animal, y le dijo ¡se va inmediatamente a estudiar!

Su gran temple se demostró en aquellos lejanos tiempos y con sólo dieciséis años de edad, cuando tomó la firme decisión de casarse -contra la voluntad de su familia- con nuestro Manuel Artemón, un agricultor propietario menor y con el doble de su edad, pero su recia estampa y altura moral eran sus antecedentes que la conquistaron para toda la vida. Ella a salvo de toda vanidad, se dispuso a envejecer a su lado, sin ambiciones y en el lugar elegido, donde crearon una gran familia cuyo linaje se ha mantenido en el tiempo.

Traigo a la memoria aquellos solemnes domingos cuando desde muy temprano nos preparábamos para asistir a la misa y los chiquillos de entonces nos exponíamos a las exigencias de las tías Eli, Guille y la Mimí que con aquella paciencia que le caracterizaba me elegía para tratar de doblegar mi rebelde pelo a punta de gomina y otros artilugios. Después del culto, recibíamos la visita del señor cura, y a soportar las largas conversaciones entre el abundante almuerzo -en que predominaba la cazuela de ave, las humitas y los choclos con mantequilla- y, la once con rosquillas; ceremonia que se repetía invariablemente todos los domingos.

Había momentos en que sentía dolores intensos debido a tres soplos cardíacos que sobrellevaba con valor; en esos momentos todos nos desesperábamos y en especial el tío Carlos, quién con gritos guturales corría en busca de jugo de limón; la Mimí se lo bebía puro, en pequeños sorbos y la calma llegaba lentamente; el limón, agüita de las Carmelitas y toronjil no podían faltar en la casa de nuestros ancestros. En las tardes, luego de la siesta leía diarios y revistas como la Rosita, el Vea y el Fausto que releía permanentemente. Le fascinaban los helados y el chocolate; en cuanto a la fruta prefería la sandía y era famosa la competencia entre los tíos del norte por llevarle la más bonita.

Su prematuro deceso, en las primeras horas de aquel fatídico sábado cuatro de junio de 1960 (no cumplía aún los setenta años) fue sin duda debido al peso de largos años de sacrificios, en que la vida le pasó por dentro y donde la enfermedad y la muerte rondaron en aquel hogar desde temprano; primero el pequeño Daniel, luego la enfermedad de Carlos, el asesinato cobarde de Manuel, el trágico accidente de Sergio y finalmente el fallecimiento de su amado esposo.

No puedo dejar de recordar en estos momentos a nuestro gran referente, el abuelo Artemón, quién en un escenario de dramatismo presentía que su enfermedad era terminal, sin embargo, en ese momento supremo no sentía miedo sino una profunda sensación de aflicción al pensar que iba a dejar a su adorada esposa en una situación desmedrada, sola en un pueblo que no ofrecía ventajas, sin una pensión que la consolara, con hijos todavía en edad escolar y tantas cosas que dejaba sin terminar. Su muerte trajo como consecuencia el desconocimiento de algunas sociedades en ovejas y vacunos que él mantenía con mapuches y también con el inefable Gumersindo; de ahí el rencor hacia ellos que adquirió el tío Carlos.

Sin embargo y pese a todo, hubo muchos y grandes momentos en que reinó la paz y la felicidad en aquella, la generación de nuestros padres, luchadores todos por un porvenir mejor, honrados y formadores de hogares estables y prósperos gracias al entrañable Artemón y fundamentalmente a nuestra esforzada y amada Mimí. El recuerdo a esa madre, cuya veneración rayana en la idolatría, la hizo adquirir para los tiempos venideros de una especie de aura de leyenda, nos permitió heredar el amor conyugal incluso hasta después de la muerte, el amor por la familia y por el prójimo. Su recuerdo vive, para hacernos sentir que no estamos solos, que somos sus hijos, y sin duda, es el ángel de la guarda de la familia.

Nano (un histórico)

7 comentarios:

Orlando Parra dijo...

Que éste aporte a la memoria de nuestra Mimí, sirva para recordarla con un pensamiento de amor y nos permita también trasladarnos a aquel sábado cuatro de junio de hace 50 años a las siete de la mañana, momento en que nos dejó en la forma. Sintámosla presente en nuestro corazón, para que nos provea de su fortaleza cada vez que nos acordemos de ella.

Nano

Unknown dijo...

Buen recuerdo para esta simbólica fecha que marca medio siglo de su fallecimiento.
Gracias Nano por recordádnoslo.

Anónimo dijo...

Nano, solo me queda decir , muchas gracias por regalarnos esta memoria que solo existe en tu recuerdo.
Muchas , muchas gracias primo.
Mario

Anónimo dijo...

Querido primo. Muy hermoso lo que escribiste.
Como te acuerdas de tanto?Cuando ocurrió su fallecimiento, todas mis hermanas y yo también sentimos que alguien nos tocó la ventana y cuando corrimos la cortina, no había nadie. En la mañana nos avisaron que había muerto. Siempre pensamos que ella se vino a despedir.
Antonieta

Jose dijo...

Primazo:
El que compartas tus recuerdos nos hace bien a todos ya que nos acerca a una de las personas más venerada por nuestros padres. Nos acerca a ese mítico Lumaco que nosotros conocimos posteriormente, pero creo que las personas, aromas y costumbres fueron las mismas.

Gracias primo

claudio dijo...

Primo:
Muy bueno tu relato.
Mi padre jamás dejó de recordarla.
Después del terremoto mi padre tuvo que volver a Lumaco a levantar la casa ya que esta no había resistido el sismo. Después de terminada la tarea se volvió a Buin muy a pesar de el ya que la Mimi se encontraba muy enferma.
En ruta al norte a la altura de la estación de Chillan le comunicaron la triste noticia.
El recordaba ese momento y decía que sintió como si también hubiera perdido la vida.
Después de 60 años se volvió a repetir un cataclismo y esta vez la casa sin sus antiguos moradores sucumbió para siempre. Por ahora no hay motivos para levantarla.
Nano gracias por trasladarnos nuevamente a esa historia, que es nuestra. Todos ellos ahora viven en nuestros recuerdos.

Lya Marcela dijo...

Nano: te felicito por tu hermosas palabras para quien se las merece con creces. El otro día escribí algo pero no se me guardó el comentario. Decía que la Mimí es una persona que he venerado siempre, la saludo todos los días al despertar. Recuerdo su hermosa mirada que mostraba una paz y una serenidad que irradiaba a quiénes la rodeaban. estar a su lado era un remanso de paz. la recuerdo con su pelo largo que en más de una vez peiné (pobrecita como debe haberle dolido) me dejaba que la ayudara a hacerse su tomate. Son muchas las cosas que me dejó en espíritu.
Por eso Nano gracias por dedicarle tan lindo mensaje a Mimí que amaste tanto como yo y mucyhos de los que tuvimos el placer de conocerla.
Marcela